domingo, 20 de mayo de 2012

Pastor

Bahía Blanca, 21 de mayo de 2012.

Aborrezco el empuje que esa extraña criatura me obliga a atender.
Quiero gritar, quiero negarme a sus objetivos, encapucharme del escenario para pispear a otros títeres desde una butaca preferencial.
Intento patalear; no hay piernas para esta ocasión
ni las habrá en el futuro.

Así que resignado, me entrego al desliz de mi frágil cuerpo sobre la superficie.
Soy la carnada, el animal que la pica y la cena de madera.
Nuevamente caeré y duele asumirlo.
Duele asumirme también.
Intento estirar los brazos; no los encuentro.
Jamás lo haré.

De mi amor quedan esquirlas; mi odio es inoperable.
Distingo el movimiento de los enemigos que me acechan, uno de ellos obstruye el paso.
¿Por qué me veo en él?
Siento un lápiz rasgueando mi historia, tan conocida como efímera. Quizás no sea un lápiz; ¿qué tal una pluma, una tecla, un botón de otra vida (de una de mis tantas)?
Intento volcarme hacia un costado,
no lo lograré
en ninguna vida.

No tengo amigos, no puedo otorgar semejante título a los individuos que en este momento se mueven a mis espaldas.
Cuchichean, sin pronunciar palabra.
Jamás los ví sonreir
o llorar.
Yo sí quiero llorar, 
pero no hay lágrima para derramar.
Acá el llanto
sigue siendo un mito.

Sueño con dormir y que las buenas noches
me las dé la muerte.
La figura más poderosa en mi retaguardia, de repente se ha movido.
Ya no estoy solo en el frente de batalla.
Intento saludarla, pero no muestra señales de reconocimiento.
La desgraciada sigue adelantándose, contribuyendo a mi soledad.
Y ahora hay un enemigo derribado;
un enemigo que no sangra,
un enemigo
que está muerto.

El suceso apresura mi monólogo.
Las filas del rival están quebradas,
derrotadas.
Hoy me tocó sobrevivir.

La oscuridad ya empieza a preguntar por mí.
Es hora de irme
¿a casa?

-Jaque mate- susurró una voz.

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